A este capitulo de mi vida le voy a poner: Ya no me quiero adaptar más y ese edificio de Gaudí me parece una cagada.
Noto cómo de a poco lo nuevo va perdiendo su encanto y caigo en cuenta de la importancia de lo que perdura y de lo difícil que es crear una relación duradera de cualquier naturaleza.
Los principios son muy atractivos, se pasean ahí como oportunidades esperando a ser tomadas, con su brillante incertidumbre y ese saborcito a riesgo necesario para sentirse vivo.
Lo que nadie te dice de los principios es que siempre les antecede un final. Para que algo nazca, otra cosa tiene que previamente morir. Y cuando no la matás, el principio se convierte en una mera secuela del infierno como la segunda película de Zoolander.
Un día, por ejemplo, me fuí. De donde siempre estuve. De lo único que conocía. Creí que un boleto de avión significaba un final. Pero no.
Y vengo arrastrando una estela de sentimientos encontrados, de amores que nunca pudieron ser y de amargas lágrimas de alegría, (entre un par de kilos demás y una valija demasiado pesada como para existir) que hacen bastante agridulce algunas noches de desvelo.
Los kilómetros no significan una mierda si tu cabeza no está por lo menos proporcionalmente a mitad de camino.
Las cuestiones ahora son: Ya es muy tarde para terminar? Es muy temprano para cansarse de empezar? Quién se ha tomado todo el vino? ...
Para finalizar quiero confesar: Cómo me gusta la queja.